lunes, 16 de febrero de 2015

Monasterio de san José del Cuervo, por Augusto Conte Lacave (y V)

Este desierto no debió tener muchas ermitas, aunque sí algunas más de las que en ruinas se conservan aún y una excavada en la roca que todavía ostenta el escudo de la Reforma de los Carmelitas.
 
Para atender a su sustento, en la parte inferior del monte cultivaban los carmelitas algunos tablares de hortalizas y árboles frutales, entre ellos higueras y melocotoneros, aprovechando el agua que corre por el fondo de la garganta, para construir un molino, al cual se bajaba, desde el monasterio, por un camino empedrado, que a trechos tenía (y tiene) descansos abiertos en el mismo terreno rocoso.
 
A los deberes de apostolado, propio de su situación en un lugar alejado de este núcleo urbano y en la obligación que ellos imponían a los padres conventuales de este santo Desierto de instruir a las numerosas personas que en ocasión de las labores del campo y al cuidado también de los ganados, vivían por aquellos alrededores que frecuentaban el lugar por sus aguas medicinales y también la asistencia espiritual.
 
En vista de ello, el Obispo de la diócesis de Cádiz, Fray Tomás del Valle, en el año de 1.769, permitió que todas esas personas pudiesen cumplir con los preceptos de la anual confesión y comunión en la Iglesia del Desierto, con obligación indispensable de presentar la célula que los acreditasen y curas de las ciudades en cuyas parroquias estaban empadronados. De acuerdo con los superiores de la Orden, permitió también que los fieles pudiesen oír la Santa Misa en la Iglesia del Desierto los domingos y días festivos, por cuanto que, para penetrar en ella, tenían que atravesar el convento, pues la Iglesia, como todas las de esta clase de lugares, no tenía entrada directa desde el exterior.
 
La salubridad de sus aires y la eficacia curativa de sus aguas, hicieron que, con el tiempo, fueran edificando en las proximidades del convento diversas hospederías para personas de Tarifa, Gibraltar, Algeciras, Medina Sidonia y otras partes que acudían allí a curar sus achaques.

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